martes, 9 de febrero de 2010

Relatos cortos

Saludos compañeros y compañeras. Aquí os dejo dos pequeños relatos inventados acerca de los temas de la anorexia y la obesidad, dos temas de gran actualidad. Espero que os gusten.

"Mi amigo el gordito"

Son las 8 de la mañana. Me levanto perezosamente para comenzar otro desdichado día. Me tomo el desayuno, sin dejar de pensar que me hará engordar aún más, a pesar de que mi madre me diga que todo lo que tome en el desayuno lo quemaré durante la mañana. Y por si quemo más de la cuenta, mi madre mete en mi mochila un pastel para el almuerzo.

Me acerco al colegio... siento miedo, porque no quiero que este sea otro dia rutinario en el que siempre pasa algo por lo que mis amigos (o no tan amigos) se ríen de mí. Me pongo en la fila y empiezo a hablar con los compañeros. Todo, aparentemente, va bien. Pronto entramos en clase, donde todos atendemos al profesor y hacemos actividades en las que seguramente, nos pedirá en cualquier momento que salgamos a la pizarra. Yo no quiero. Hago todo lo posible por evadir la mirada del profesor y así evitar que me pueda llamar a la pizarra. Pero mis esfuerzos son inútiles, tarde o temprano se percatará de mi presencia y tendré que salir a la pizarra o, mejor dicho, entrar en un terreno peligroso...

Una vez allí, no sé qué hacer. Sólo hago pensar que no estoy tan gordo... que soy como los demás... que hoy no haré nada para que se rían de mí. Pero absorto en mis pensamientos, me juegan una mala pasada y mientras estoy en mi mundo, el maestro me ha pedido por tercera vez que escriba una cuenta en la pizarra, y yo no le estaba echando cuenta. Obviamente, soy objeto de las risas de mis compañeros. Pero aunque sepa que la razón no es mi físico, algo en mi cabeza sigue pensando que lo es.

Llega el recreo. Veo a mis amigos correr, jugar al fútbol, esconderse, corretear detras de las niñas, y yo comienzo a comerme el pastel que con tanto cariño mi madre dejó en mi maleta. Puede que sea por el cariño con que mi madre me lo ha puesto, o porque realmente, el pastel está delicioso. Bocado a bocado, el pastel va desapareciendo. Pero algo raro pasa... yo ya no tengo nada que echarme a la boca mientras mis amigos no han llegado apenas a la mitad de su almuerzo. "Rafa, ¿ya te has comido el almuerzo?" - "No... es que hoy mi madre no me ha puesto nada." Cualquier cosa para evitar sus risas...

Y llega el momento cumbre de mi sufrido día: la clase de gimnasia. Hago todo lo posible por igualarme a la media de mis compañeros, seguirles el ritmo a los mediocres, porque a los rápidos ni lo pienso. Pero aún haciendo todo lo que tengo en mis manos... no puedo seguirles el ritmo más de 20 segundos. Mi mundo se viene abajo cada vez que mis amigos me adelantan una vuelta y me dicen jocosamente "¡Vamos gordi! ¡Que ya queda menos!" Es como un puñal que se clava en mí. Pero nada puedo hacer yo.

Llego a mi casa, agotado tanto física como mentalmente. Mi madre me besa y nos sentamos la familia a la mesa para comer. Todo se me olvida cuando empiezo a tragar y hablar con mi familia, que me apoya en todo momento. Pero no puede apoyarme en mis problemas del colegio, simplemente porque yo no se los cuento. Aunque sé que debería contárselos, es tal la vergüenza que paso que soy capaz de guardarme mi sufrimiento sólo para mí. Ahora sólo queda esperar el día en que crezca y, aunque mi físico siga siendo el de un gordo, que mi mente sea capaz de aguantar el día a día de una sociedad perfeccionista, donde las personas que se salen de los cánones establecidos son mal vistas por ellos, los que visten igual, los que piensan igual...


Y esta es la historia que me he inventado sobre la marcha, escrita en primera persona por si alguien que no sea Miguel lo lee, se sensibilice un poco...


"Mi amiga es anoréxica"

Mi amiga Celia... mi amiga Celia era una persona feliz. Jugaba con nosotros en el patio del colegio... nos reíamos con ella... íbamos de excursión juntos... éramos un todo, y ella formaba parte de ese todo.

Celia se hizo mayor, al igual que todos nosotros, pero ella a su manera, y su manera fue la de romper con los cánones de belleza establecidos por la sociedad. Celia engordaba por momentos. Tenía 12 años, todavía era una mujer débil que se dejaba llevar por los demás, y los demás sólo hacían increparle y recordarle día a día su físico. Con 13 años, Celia llegó a tener un problema de salud. Si seguía ese ritmo, su esperanza de vida se acortaría por momentos. Pero Celia le plantó cara al asunto y empezó a adelgazar. Y adelgazó. Pero las tornas se cambiaron radicalmente. Cuando Celia llegó a las 14 años, Celia tenía claros síntomas de anorexia. Yo no quise dejar de lado el tema y hablé con ella. Su experiencia me resultaba aterradora y me sentía impotente al saber que poco podía hacer. Ya no era un problema de salud física, sino mental. Ella se veía gorda. Siempre, cada vez que se miraba al espejo o a cualquier objeto que reflejara su demacrado cuerpo, se echaba a llorar. ¿Cómo ha podido pasar esto? Sólo hacía preguntarme eso... la mente humana es un caos del que a veces somos presos, y Celia ahora mismo estaba presa.

Las enfermedades mentales son más dañinas para una persona que una enfermedad física, y Celia ahora mismo estaba sufriendo las consecuencias. ¿Y qué podíamos hacer nosotros? Estar con ella... no dejar que se ensimismara en su mundo. Hablarle, contar con ella, hacerla protagonista. Hacerla sentir que está viva y que hay gente que la quiere. Así es como se debe tratar a un enfermo mental. Es difícil y duro, porque un enfermo mental es alguien muy especial que requiere mucha paciencia.

No fue una tarea fácil, ya que Celia tuvo que medicarse fuertemente, a veces tomando calmantes porque le daban ataques de histeria. Nosotros no nos separamos de ella, pero ella sí que quería separarse de nosotros. Con la medicación y la ayuda de sus padres, Celia fue recuperando poco a poco su forma, pero la enfermedad le estaba dejando una huella en su cerebro que parecía no tener cura. Muchas veces se desmayaba, perdía el conocimiento de tanto esforzar su mente y, claro está, de su forma física, que aunque iba recuperándose todavía le quedaba mucho para tener un aspecto saludable.

No sólo la huella estaba en su mente, sino en todos los que la rodeábamos. Sus padres por supuesto, sufrieron mucho por ella. No sabían que hacer, el asunto se les escapaba de las manos y ni los psicólogos ni los endocrinos podían hacer más. Pero fueron fuertes, y con nuestra ayuda, la de sus amigos, pudieron salir adelante. Nosotros nos quedábamos con ella muchas tardes, aunque a veces ni lo sabía porque nos quedábamos en el salón y ella estaba encerrada en su cuarto.

Pasaron 4 meses y Celia presentaba un aspecto muy mejorado, sobre todo en su cara, la cual estaba demacrada hacía poco tiempo. Hoy, ella no recuerda algunas cosas de su anterior vida, porque todo hay que decirlo, Celia nació de nuevo. Pero nosotros no nos empeñamos en recordársela. Al contrario. Le explicábamos su estado de una manera más amena y menos trágica, porque a fin de cuentas, somos lo que queremos ser y creemos lo que queremos creer.


Y aquí termina mi relato de la anorexia (modificado), intentando hablar desde el punto de vista menos sentimental y centrándome más en la enfermedad que es. Sólo queda esperar a la próxima semana para ver si es lo que Miguel quería o no.

¡Hasta pronto!

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